Lo fantástico ingresa en la literatura desde prístinos tiempos. Ya, en principio, las creencias religiosas y cosmogónicas se articulan en narraciones  en la que la realidad estaba suplantada por un conjunto de hechos cuya manifiesta inverosimilitud no los hacía menos creíbles. Las epopeyas, las fábulas y los cuentos fueron también aceptados popularmente pese a su desmedida fantasía.

Hoy, la utilización de lo fantástico es un recurso literario que faculta al autor para penetrar en el subconsciente del lector y hacer trastabillar (siquiera momentáneamente) ese seguro edificio de hechos ciertos, científicamente comprobados, que le sirven de albergue.

En los relatos de María del Carmen Guzmán no solo se utiliza lo fantástico como el recurso arriba citado. En estos relatos subyace un simbolismo sutil que hace volar la imaginación del lector agudo hacia un universo de significados mucho más profundos de lo que la lectura apresurada puede ofrecer. La autora hace uso de la libertad literaria, conseguida a partir del principio del siglo XX, para ofrecernos unas narraciones de aparente sencillez, pero llenas de laberintos misteriosos que nos conducen por atmósferas subjetivas hasta sumergirnos en el piélago profundo de la inseguridad, de esa inseguridad de la que en vano el ser humano ha pretendido zafarse a lo largo de todos los tiempos. Y todo ello, sin olvidar aquel “delectare” de los clásicos, ese “deleitar” que, perseguido por muchos autores, solo algunos, como María del Carmen Guzmán, consiguen.

Jerónimo Muñoz Palma